El dr. Norberto Levy es médico psicoterapeuta, graduado en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.
En estos días tuve la oportunidad de escuchar una conferencia dictada por él, donde habla de “mentes exigentes”. Un estilo de pensamiento en el que el cerebro está todo el tiempo diciéndole al cuerpo “tenés que hacer” esto o aquello otro.
Y me quedé pensando, porque justamente después de haber pasado por un cuadro de estrés tan importante que terminé internado, se me ha indicado con toda claridad que pare todo, que me detenga; lo único que no está contraindicado es disfrutar de una vida que hasta ahora ha estado signada por esa orden interna (lo remarco, INTERNA) que está todo el tiempo golpeteando en mi humanidad, diciendo “tenés que hacer”.
Es tremendo, porque la orden sigue siendo dada 24 horas al día, pero un mecanismo de autoprotección me tiene quieto. Es como que tengo que memorizar otra orden, dada por Dios desde mucho antes que terminara quebrándose mi salud, que dice “tranquilo, quieto, esperá en Mí, dejate llevar por MIS tiempos”.
Aprender a vivir de nuevo.
Este ruin torturador interno trastorna lo que es correcto y lo que no lo es.
Un día por ejemplo, después de dos días de descanso pleno, de buena compañía, de mimos, terminé muy relajado y en condiciones de tener una magnífica noche de sueño profundo. El día siguiente no traía pronósticos de grandes desafíos ni preocupaciones. La relación con mi esposa estaba en un buen momento. El fín de semana había sido bueno, tranquilo, descansado, y me dí el permiso de hacer muchas cosas que me gustaban.
Me reconocí en un estado indudablemente saludable a ojos de los demás. Pero me llené de angustia. Estaba parado en un lugar que no conocía, que me parecía muy inestable y hasta "patológico".
¡Increible! Estaba viendo como enfermo un estado general que otros verían como “ideal”.
Es el nivel de exigencia interno que nos termina corroyendo hasta lastimarnos, enfermarnos.
Por alguna razón que apenas empiezo a descubrir, el hombre de este siglo está muriendo por el estrés. Y no está originado en las muchas ocupaciones, ni en las corridas, ni en el estilo de vida, ni en la falta de seguridad sino… ¡en su propia alma!.
Para mi cumpleaños recibí una visita muy querida; Alejandro es un amigo que se hizo un ratito solamente para parar su propio mundo y venir a darme un abrazo.
Él me contó una historia que he buscado el espacio para compartirla con vos:
-“Una vez me invitaron a viajar en globo aerostático. Subí a la canastilla lleno de ansiedad mientras el piloto diestramente accionaba la llave que permitía que el aire caliente lo elevara.
Era un día bastante ventoso, típico de la patagonia.
Una vez que estábamos a buena altura el paisaje era realmente magnífico y la paz que podía respirarse era increíble.
En determinado momento, el piloto hizo algo que después me enteré que es un truco clásico de vuelos de bautismo en aerostático. Me preguntó si tenía fuego. Lo miré con ojos de extrañeza y le pasé mi caja de fósforos.
No… “enciendalo usted” (me dijo).
Y lo encendí, seguro que se apagaría en el mismo momento, ¿cómo iba a mantener un fósforo encendido a 300 metros de altura, al aire libre y en una canasta de mimbre? … pero no fue así. La llama estaba perfectamente vertical, como si estuviera en un lugar cerrado.
Es que allí arriba, al moverse el globo a la velocidad del viento, era como si el aire no corriera.
Alejandro terminó su relato diciéndome algo que me conmovió: “Nosotros éramos el viento”
Me quedé pensando en esa frase de mi amigo. Subido a ese enorme aparato y moviéndose con el aire, ellos eran el viento.
Posiblemente el error que estoy cometido es pretender ir más rápido que el viento… o peor… “contra él”.
Y lo que Dios me pide es que no haga ninguna de las dos cosas.
Dejarme llevar, moverme a la velocidad de Su Viento.
Salmo 46:10 Estad quietos, y sabed que yo soy Dios; exaltado seré entre las naciones, exaltado seré en la tierra.
Pero no hago caso, porque inconcientemente pretendo desafiar a Dios moviéndonos en otro ritmo, en otra dirección, como diciendo “puedo ir más rápido”.
Me doy cuenta que no estoy solo en esta actitud de autodestrucción, y por eso te escribo.
De una u otra forma, el hombre de hoy sigue cometiendo el pecado de Adán, tan antiguo como el hombre mismo.
Génesis 3:4 al 6Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; mas sabe Dios que el día que comiereis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como dioses sabiendo el bien y el mal.
Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella.
“Seréis como dioses” le dijo la serpiente a Eva… y esa frase sigue resonando en nuestros oídos hoy.
Seguimos revelándonos a Él, desafiándolo, queriendo ir más rápido o en otra dirección.
Pero el Señor nos dice “no hagas esfuerzos inútiles, solamente dejate llevar por Mi Viento”. Yo te llevo, está atento a Mí Espíritu. Sé sensible a escucharme.
Claro que somos rebeldes.
Nos llamamos cristianos pero actuamos como si Dios no existiera, como si hubiera muerto clavado en una cruz y hoy la nuestra fuera solamente religión vacía.
Creo que estos pensamientos que muestran mis propios errores, caracterizan también el obrar de muchos obreros y pastores en nuestras iglesias cristianas.
El nivel de autoexigencia es tan alto que terminan arruinando su salud, su familia, y la obra que pretenden llevar adelante.
¿Porqué? Por querer ir más rápido que El Viento.
Y también hay situaciones en que esa voz no es interna. Pretendiendo hablar en nombre de Dios, hombres y mujeres son movidos a actuar sin estar listos, sin que sus familias estén preparadas.
Entonces, esa preocupación por iglesias que crezcan en número llevan a destruir y quemar a líderes en crecimiento, porque no los dejan que maduren.
La ciencia conoce estos síntomas. Lo llaman “síndrome de BURN-OUT”.
Fijate lo que dice el diccionario:
“El síndrome de burn-out, síndrome de desgaste profesional o del trabajador desgastado o consumido es un tipo de estrés prolongado motivado por la sensación que produce la realización de esfuerzos que no se ven compensados personalmente. Se suele dar en trabajos sociales que implican el trato con personas e importantes exigencias emocionales en la relación interpersonal.”
¿Reconocés los síntomas?
Mirá a tu alrededor: ¿Cuántos obreros, líderes, pastores cayeron?
Solamente como ejemplo te comparto la historia de un matrimonio joven. Fueron mis primeros líderes de discipulado hace ya más de 10 años. Estaban llenos de unción, creían en lo que predicaban. Las reuniones en su casa eran muy intensas y salíamos todos realmente renovados.
En determinado momento el pastor de la iglesia, movido por la ambición (¿santa ambición?), por el deseo de “apuntarse un poroto” frente a la denominación a nivel nacional, les informó “haber recibido de Dios” que ellos eran los elegidos para comenzar una obra en otra ciudad.
Ellos se sorprendieron y al principio tuvieron mucha angustia pero fueron obedientes y partieron con sus dos pequeños hijos a vivir ese enorme desafío .
Pero no estaban preparados, todavía no era tiempo. Ese llamado no era legítimo y la orden no venía de Dios.
“La bendición está en la obediencia” dijo el pastor.
Y ellos hicieron sus valijas y se fueron. La obra fue levantada y aún hoy está en marcha… pero liderada por otros. Ellos pagaron su precio. Hipertensión, sobrepeso, parálisis facial, problemas de pareja.
Terminaron volviéndose con el sabor en la boca del fracaso, frustrados, llenos de dolor. Se cambiaron de congregación a otra en la que nadie los conociera, en la que pasaran desapercibidos. Se congregan, pero sentados en un banco.
¿Está mal?
No, lo que verdaderamente está mal es que el fracaso no era de ellos.
Aquel pastor hoy es un lider nacional, ha crecido profesionalmente y vive en Buenos Aires.
Su objetivo se cumplió. Estos jóvenes no fueron los únicos “enviados” y los porotos fueron varios.Ellos pagaron el precio. A veces la orden de “ir más rápido que el viento” no es interna.En nombre de Dios se terminan destruyendo vidas.
“Seréis como dioses” le dijo la serpiente a Eva…
Me reviso, porque cometí muchos errores y también estoy pagando el precio. y te invito a que hagas lo mismo. ¿Realmente trabajamos para Dios? ¿O para satisfacer el Ego nuestro o de alguien?
Marcos 3:14Y designó a doce, para que estuvieran con El y para enviarlos a predicar
Primero “Estar con Él” y luego “salir a predicar”.
No pretendamos ir más rápido que El Viento, ser como dioses, porque al ir en contra de Dios vamos en contra de nosotros mismos y de Su Obra.
Seguramente los hombres te verán como “un trabajador, un obrero, un siervo de Dios”… ¿pero cómo te verá Él?
Como digo siempre, ahora la respuesta está en tus manos.
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