Uno de los milagros más grandes que Jesús hizo en toda su vida se llama la salvación la cual, hasta el día de hoy, ha sido una de las más grandes y maravillosas historias que la humanidad haya conocido. Dios, estando en el cielo y mirando nuestra condición pecaminosa, sabiendo que necesitábamos una redención, envió a su único Hijo para poder hablarnos, vivir entre nosotros, mostrar su naturaleza divina y comprobarnos que, como hombres, podemos vivir libres de pecado, con la fuerza del Espíritu Santo y que podemos caminar, hablar, pensar, tratar a la demás gente, abrazar, amar, consolar, acariciar y llegar a ser como Jesús.
La muerte de Jesús no fue un accidente, ni algo que sucedió por algún sistema equivocado judicial o legal, la muerte de Jesús fue algo que en la eternidad de Dios, fue planeado. Dios lo pensó y puso todo en orden porque tenía un plan: la salvación del ser humano, el poder vivir eternamente al lado de Dios nuestro Señor.
No hay algo más contundente y comprobado que lo que Jesús habló y lo que selló el hecho de que El fue y es realmente el Hijo de Dios, es precisamente que hoy en día existe una tumba que esta vacía. Usted puede visitar las tumbas de muchos otros hombres que dijeron y declararon cualquier cantidad de cosas autoproclamándose los “mesías” pero sólo uno de ellos tiene una tumba vacía y esa es la tumba de nuestro Señor Jesucristo; ¡está vacía para siempre!
Quizás usted se pregunte, ¿qué significa redención? Es que el plan perfecto de Dios, la razón por la que El envió a Jesucristo. Redimir algo simplemente significa pagar un precio para volverlo a comprar. Usted y yo hemos sido comprados por el mismo que nos creo. El nos ha comprado con su sangre preciosa.
Dice Romanos 3:23 que por cuanto todos hemos pecado, estamos destituidos, separados, sin acceso a la gloria de Dios. Y cualquiera que dice que nunca ha pecado, en el momento de decirlo, ya comete un pecado porque dice una mentira. Romanos 6:23 dice que la paga del pecado es la muerte. Usted y yo como pecadores merecemos la muerte y solamente si alguien estuviera dispuesto a pagar el precio de muerte, es que podríamos ser libres de la condena eterna que trae la muerte. Pero ¿quién iba a pagar nuestra condena? Hubo alguien que miró nuestra condición, que no teníamos la forma de pagar un precio de sangre, y se ofreció, fue delante de su Padre y dijo, “Yo me ofrezco, yo seré ese sacrificio perfecto. No quiero que ellos mueran, yo voy a morir en su lugar para que el precio de su pecado quede de una vez y para siempre pagado”.
¿Por qué lo habrá hecho? ¿Por qué fue Jesús movido a pagar nuestra condena? La única razón es por lo tanto que nos amó. La Biblia dice, “de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo Unigénito, para que cualquier persona que crea en El” – no en los libros, ni en los filósofos o en las filosofías, estratagemas y pensamientos de hombre – “no se pierda mas tenga vida eterna”. Lo único que le va a garantizar a usted la salvación eterna de su alma es creer en Jesucristo, nuestro Señor. El es el camino, El es la vida, El es la verdad, nadie puede acercarse al Padre sino es por El. Solamente creyendo en El tendremos vida eterna.
Romanos 5 dice, “mas Dios mostró su amor para con nosotros en que siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros”. En Juan capitulo 15 Jesucristo mismo dijo, “el amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos”. El hecho de que Jesús dio su vida por nosotros quiere decir que El se considera amigo nuestro. El fue a la cruz pensando en todos nosotros. Jesús no murió por accidente, su propósito, su destino, su misión, su sueño fue que al morir, usted y yo tuviéramos vida porque soñó con nuestra victoria.
Cuando Jesús declaró “consumado es”, los cielos se estremecieron, se hizo noche, la tierra se sacudió y cuando El colgó su cabeza, cuando rindió su cuerpo a la muerte fue cuando empezaron una parranda en el infierno. “Finalmente” – pensó Satanás – “ya lo tengo donde lo quiero, lo voy a poder sepultar”. Y Satanás se dijo por dentro, “yo tengo las llaves de la muerte, las llaves a la tumba, yo puedo hacer con Jesús lo que quiera”. Pero de repente, muy temprano en la mañana, por primera vez hubo luz en el infierno. De un momento a otro el diablo sintió una presencia que El desconocía, se sintió medio aturdido, medio atarantado; se despertó y dijo, “y esa luz, ¿de dónde viene? ¡Quítenme esa luz!” Cuando El volteó para ver por el pasillo del infierno, caminaba el mismo Hijo de Dios rumbo al trono satánico, directo hacia Satanás y le dijo “quiero las llaves, dame las llaves, diablo mentiroso. Tomaste una vida libre de pecado, con sangre real, pura, sin error. Diablo, perdiste, me quisiste dar muerte pero ahora estoy aquí, vivo, delante de ti para decirte: dame las llaves a la muerte, al infierno, al pecado y al temor”. ¡Jesucristo tomó la autoridad, Jesucristo tomó las llaves! ¡El vive hoy, victorioso sobre la muerte, sobre el infierno y sobre la tumba! Victorioso es nuestro Señor. ¡Hoy en día hay una tumba vacía!
La mañana en que Cristo resucitó, unas mujeres que fueron a su tumba, ellas pensaban que lo iban a volver a ungir, lo cual era un rito normal que hacían con los recién enterrados. De repente se encontraron con que alguien movió la piedra, que no había nadie en el sepulcro y empezaron a lamentarse, a llorar, a preocuparse y a decir, “¡alguien se robó a nuestro Maestro, alguien se lo llevó, lo movieron de este lugar!” ¿Dónde estaban los guardias? Habían sellado la tumba al estilo romano para que nadie, sin la firma autorizada, pudiera quitar esa piedra. “¿Qué hicieron con Jesús?” De repente sintieron a alguien detrás de ellas que vino y les preguntó, “¿qué vienen a hacer ustedes señoras?” “Venimos a ungir a nuestro Maestro” – respondieron. Y la pregunta fue, “¿POR QUE buscan entre los muertos al que vivo está? El que ustedes han venido a ungir, no esta en la tumba, ¡HA RESUCITADO!”
Alabe al Cristo resucitado. ¡Hay una tumba vacía! Hay un Mesías resucitado, una victoria completada, una vida eterna comprada para cada uno de nosotros. Pero también hay un diablo derrotado que esta debajo de nuestros pies. Pisotéelo cada oportunidad que usted pueda. Cuando usted brinque y alabe a Dios, sepa que esta usted brincando arriba de la cabeza del diablo. Brinque más fuerte, brinque mas alto porque él ha quedado debajo de nuestros pies. Los demonios están confundidos y la muerte ha sido tragada en victoria.
Preguntó el apóstol Pablo, “¿dónde esta, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde esta, oh sepulcro, tu aguijón?” La respuesta está en que Cristo está sentado sobre el trono de autoridad eterna. No hay diablo que a usted lo pueda vencer si usted tiene al victorioso viviendo dentro de usted. No hay demonio que lo pueda detener a usted. Si usted tiene a Cristo en su corazón, no hay muerte que lo pueda a usted sorprender.
Romanos 8 dice, “el mismo Espíritu” – no otro espíritu – “que resucitó a Cristo de los muertos”. El mismo Espíritu que movió esa piedra, que sorprendió a esa guardia romana y que sopló vida a ese cuerpo muerto de Jesucristo, ese mismo Espíritu ahora vive en cada uno de nosotros; EL MISMO ESPIRITU. Y ese mismo Espíritu que le dio vida a Jesús – declara el apóstol Pablo – nos va a dar vida a cada uno de nosotros, los que creemos.
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